El legado de 2017
Rodrigo Aravena González Economista Jefe Banco de Chile
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Rodrigo Aravena
Existen varias razones para estar algo más optimistas en cuanto al crecimiento de Chile. Si bien hemos visto resultados decepcionantes, como haber tenido el peor cuatrienio desde mediados de los 80 y crecido sólo la mitad de la media global, hay señales que sugieren un cambio de tendencia. Factores como la significativa mejora que han presentado las condiciones globales, que se ha visto reflejada en un alza superior al 20% en el precio del cobre, como así también la positiva tendencia en diversos indicadores líderes locales (como el mercado accionario, las importaciones de bienes de capital y diversas medidas de confianza) dan un sustento real a este optimismo. En concreto, de acuerdo con la encuesta de expectativas económicas del Banco Central, alrededor de un 90% del mercado cree que el crecimiento de 2018 será superior a un 2,3%, es decir, un punto por sobre lo que veremos este año. El Banco Central, por su parte, espera una expansión cercana al 3,0%.
Pero frente a esta abrumadora evidencia de mejores condiciones cíclicas, es natural que surja la siguiente pregunta: ¿Está realmente asegurada la recuperación económica? Lamentablemente no. La enorme cantidad de elementos que han ocurrido este año, como así también aquellos por definirse, harán que el desenlace no sea inocuo para el crecimiento futuro.
Planteo este tema porque creo que hay algunos elementos críticos que pueden marcar una diferencia hacia adelante. Uno de ellos se refiere a las definiciones y prioridades que se den a conocer por parte de las autoridades económicas que acaban de asumir. No podemos desconocer que un recambio completo de este equipo no es usual en nuestro país, por lo que es natural que genere algún grado de incertidumbre. De esta manera, es importante la existencia de señales que reduzcan la incertidumbre, sobre todo en cuanto a elementos como las prioridades legislativas y foco en crecimiento, elementos que sin duda generan impactos positivos a nivel macro.
Un segundo elemento corresponde a las prioridades que se considerarán en el presupuesto fiscal de 2018. El deterioro que han presentado las finanzas públicas los últimos años sugiere, inequívocamente, que no hay margen de error, más aún al considerar que estamos a tiempo de tomar medidas sin costos relevantes. Si bien es cierto que el nivel de deuda bruta en Chile es aún inferior al de países relativamente comparables, el aumento de ésta en prácticamente 20 puntos del PIB desde 2007 (60% de ésta concentrada los últimos tres años), no deja de ser preocupante. Ello, junto a la existencia de holguras fiscales negativas, reafirman que los actuales niveles de déficit, en torno a 3% del PIB, son insostenibles. Creo que esto debe ser el punto de inicio en la discusión presupuestaria, lo cual innegablemente conduciría a ajustes de gastos hacia tasas de crecimiento inferiores que el PIB. Adicionalmente, el aumento reciente del precio del cobre da aún más razones para tener una política fiscal menos expansiva.
Un último punto relevante por considerar para el cierre de este año es la forma en la cual se discutirán ciertas reformas que aún no se cierran por completo. Si bien no existen recetas universales sobre las herramientas y sus timings de aplicación, de algo sí podemos estar seguros: en todo momento deben primar los criterios técnicos, con bases de largo plazo y, sobretodo, con tiempos suficientes de discusión y análisis, con el fin de evitar costos derivados de políticas públicas. Vimos cómo la reforma tributaria tuvo que ser adaptada y corregida, situación que quizás podría haber sido evitada con una discusión distinta. Creo que estas y otras experiencias deben ser internalizadas, por ejemplo, en discusiones muy relevantes como la reforma al sistema de pensiones. En varias ocasiones es mejor esperar a tener todas las condiciones que lamentar errores con consecuencias de largo plazo.
Chile requiere más que nunca volver a una senda sostenida de crecimiento económico. Es abrumadora la evidencia que permite apreciar los beneficios que éste ha tenido sobre el bienestar de la población, situación que se hace evidente en el progreso de Chile los últimos 30 años. Estamos a tiempo de enmendar el rumbo y aspirar al desarrollo de largo plazo.